martes, 25 de noviembre de 2008

Capitulo 4: Caramelos y petardos

Aún no había amanecido, cuando me desperté sudoroso, en el sofá del salón de mi piso. Las polillas de la calle aún jugueteaban bajo las luces de las farolas. No dormía tan pocas horas desde hacía muchos años. La pesadilla en la que Tatiana se me echaba encima y me aplastaba como una carcamonía, no era la primera vez que me despertaba. Siempre, justo en el momento en el que acercaba su cabeza a la mía, mostrándome sus morritos para besarme.

No eran ni las seis y media. Aprovecharía el madrugón para preparar la entrega. Jugar con mafias es un trabajo bastante duro, y más cuando se es neutro, y ambas mafias te tienen manía. Cuestión de chafar algunos planes. Hacía tiempo que no me contrataban para investigar, parece que ultimamente, a la gente vengativa le gustaba más hacer sufrir, que acabar con un sufrimiento. Más de una vez me habían pedido acabar con el sufrimiento de alguien, sólo por venganza, y las mafias me tenían manía, por que nunca acababa esos trabajos y me revelaba a ellos. No quiero ser un asesino. Eso es cosa de animales. Hay veces que hay que utilizar la cabeza, antes que los puños. Quizás el resto del mundo haga lo contrario, utilizar los puños en casos extremos, y la cabeza para lo demás. Otras veces, la cabeza se cambia por los puños, solo que el dolor es mas largo, y el chichón es inevitable.


Para llevar hasta Caneloni aquel paquete, utilizé a otro intermediario. No quería volver a encontrarme con aquél desagradable hombre que tapaba su calva con aquella rata de peluquería, que siempre andaba doblada y que parecía girar cada vez que aquel ser abría la boca para hablar. Para hablar con esa voz que tenía tan peculiar. Como la de los teléfonos de la persona que habla en las series de humor. Aguda y chirriante.


Cuando terminé de vestirme, a eso de las siete menos cuarto, después de una ducha, fui a buscar a la calle a uno de los niños pobres del barrio. Esos chicos que siempre andan corriendo entre las calles bulliciosas, robando carteras. Los conocía, y ellos me conocían. De vez en cuando, Tamara les dejaba beber chupitos de chinchón, a cambio de que bailasen para ella. Menuda cerda inmunda. Esos chicos si que sabían vivir bien. Sin preocupaciones. Sin nadie que les pusiera oposición. Lo único que tenían que hacer era ir al orfanato a pedir alojamiento y comida. Y todo eso se lo daban gratis. Sabían más de lo que ocupaban sus canijos cuerpos. Tamara tenía sus dos preferidos: Jaime, el hijo de la prostituta con mas pelo que jamás he visto en mi vida. Y no lo digo por sus partes íntimas, sino por su bello facial. No me gustaría saber lo que tendría debajo de las faldas manchadas de flujo varonil. Jaime tenía tan solo dos días cuando Anacleta, la jirafa, lo dejó en la puerta del orfanato. El chico tenía ya sus 8 años recien cumplidos. Era hora de que empezase a ir a la catequesis y al menos aprendería a leer algo, o a conocer un poco de historia. Con esa edad ya parecía hacer referencia al mote de su madre y a las características de la misma, ya que el chico empezaba a tener una nubecilla en el mostacho y medía mas o menos un metro sesenta. El joven no sabía quien era su madre, pero el resto del mundo sí. Tampoco él lo quería saber, no sabía lo que era el cariño de una madre. Era como un gato que alejas de su madre nada mas nacer. Se vuelve serio y arisco.


El otro chico que Tamara tenía refugiado era el pequeño Rodrigo. Los chicos del orfanato que sabían leer, le llamaban el CID. Solo por su nombre. Pero la gente de la calle le llamaban Chodrigo. Decían que era una mezcla entre Rodrigo y Chorizo. ¿Que a qué viene lo de Chorizo? Viene a que el jovenzuelo tenía los dedos de las manos como los de un gorila adulto. Gruesos, ásperos y olorosos. Este niño si que no tenía un lugar de procedencia exacto. Simplemente apareció de la nada frente a la puerta de Mirtel, la viuda. Mirtel era una anciana que daba cobijo a cualquier animal que encontraba por la calle. El hecho de encontrar a un crío no cambiaba el sentimiento de la misma, cuando digo “cualquier animal de la calle”.


Cuando llegué al bar de la calle Azucena a por los chiquillos, Solieur estaba abriendo la cancela de rejas. Me saludó mientras abría una de las puertas y le ayudé a abrir el resto. Nuestra conversación no era muy amena, pero este hombre me recordaba a cuando mi abuelo aún vivía. No sé si por sus grandes orejas o por la forma de saludarme. Al entrar, los dos chicos estaban dormidos en dos de los sofás que tenía el bar, y poco a poco fueron estirándose y desde por la mañana ya querían ser recompensados por hacer el pequeño trabajo de ayudar a limpiar el bar.


-¿Ya os ha dejado la tia Tamara dormir aquí?-dijo Solieur a los chicos.

-Ey, Ey!! ¡¡Que no los lo merecemos!!El bar está impeclable, jefe.

-Nos pasamos la noche limpiandoo toda la basura que tenías. No estaría de más un vaso de wishky o un cigarrito.


¿Dónde aprenderían esas cosas estos chicos? Cada día me sorprendían más. Al verme entrar por la puerta del bar, Jaime le dió con el codo a Chodrigo como comunicándose entre ellos diciendose “Mira quién está ahí...”. Los mocosos no parecían temer nada, ni a nadie. Pero si levantabas la mano amagando dar un cate, se cubrían como un perro agachando su cabeza. Jajaja, me daba alegría verlos. No los veía como hijos, pero si que me recordaban a mis sobrinos. Cuando me saludaron con un “¡Hombre, grandullón!¿Cómo tu por aquí?”. Jajaja Estos crios... Les dije que venía a buscarlos para un trabajillo. Se volvieron a dar un codazo.


-Bueno. Sabes que no hacemos las cosas gratis.

-Lo sé Jaimito. Lo sé. Por eso he pensado en una buena recompensa para vosotros.

-Interesante.-Rodrigo tenía pintillas de intelectual con sus gafas grandes y con los dedos pulgar e índice frotando su barbilla. Parecía que pensaba y todo.-¿Qué tipo de recompensa?

-Pues está en juego alcohol, mafias y si, chicos, si. Puros. ¿Sabreis que los puros no son cualquier tabaco, verdad?

-Emmm...Si, si. Por supuesto.

-¿Nos estas diciendo que nos vas a pagar con puros?

-Joe. No les des de fumar a los niños.-Solieur recomendaba desde detrás de la barra.

-Jajajaj, tranquilo Solieur, estos chicos dejarán de tener dientes cuando yo les de algo para quemar.-Me agaché doblando un poco las rodillas y me quité las gafas. Desde ahí podía casi oler el fétido olor de sus estómagos recien despiertos.-La recompensa de la que os hablo os va a hacer dejar de odiar al dentista.

-¿eh?-Respondieron los dos a la vez.

-Chicos, mi recompensa estará empaquetada y tendrá azucar. Mucho azucar. Más de lo que podais imaginar. Caramelos, piruletas, chupa-chups, kit-kat...y...quien sabe...Quizá también incluya algunos petardos, si haceis un buen trabajo.


Las caras de los muchachos se estiraron por la mitad de sus caras. Sus sonrisas de oreja a oreja me hicieron confiar en que harían un buen trabajo con tal de saciar sus papilas gustativas y algo de pólvora para oler. Aceptaron la misión, como era de esperar. Los chicos cogerían el paquete y lo llevarían a la casa de Josefino Caneloni.


Salí del bar a eso de las ocho de la mañana y fuí a comprar algo para calentar el estómago de los chicos. Haría lo mismo que hizo Agustino conmigo. Primero compraría algunas chucherías baratas, para luego enseñarles las chucherías caras y hacer que hasta que no me trajesen el sobre, no les daría el resto de la mercancía. Para ellos sería un golpe fuerte, y se sentirían atraidos por la segunda parte de esa mercancía tan valiosa para ellos. Pero no existía la satisfacción a corto plazo. Lo querían TODO al instante. Empezé por darles caramelos “boom”. Esos que son tan ácidos. Sabía que les gustaba. Igual que a todos los chicos de su edad. Un caramelo era un caramelo, y nada podría cambiar eso en la vida. Mientras saboreaban el caramelo les expliqué lo que tenían que hacer: Avenida Leopoldo de Rubik, La casa del Rey de Copas. Los chicos conocían bien el lugar, ya que de vez en cuando iban a pedir limosnas a Josefino. Les expliqué que tenían que entregar el paquete que haría cagarse en los pantalones a Josefino, y no precisamente de miedo.


Mandé a Chodrigo a explorar el lugar. Ya que era muy extraño que alguien quisiera separar a dos mafias recíprocas como eran la de Josefino y Agustino. El chico entró en el local. Y al cabo de 5 minutos volvió con sus noticias.


-Frescas, frescas. Josefino no ha pasado la noche en el local.

-¿Quién te ha dado esa información?-Alguien había hablado con el chico.

-No lo sé. No conozco a ese tipo.

-Describemelo.

-Pues...Su barriga es muy, muy, muy gorda. Y tenía que estar haciendo ejercicio, porque sudaba mucho.- ¿Podría ser Salomón el bolingas?

-Dime Chodrigo,¿tenía una berruga muy fea y solo movía un ojo?

-¡Si! Los tenía de distinto color, y tiene pelos en la berruga. Se estaba comiendo una alita de pollo. Mmmmm, me da hambre solo de pensarlo. Pero se me quita al acordarme del gordo.

-Jajaja. Muy bien hecho Chodrigo. Aquí tienes tu parte del trato.


Saqué una de las bolsas de chucherías. Ahora me preguntaba que hacía Salomón el bolingas en el local de Josefino, y por supuesto, sabía que Josefino no querría que entrase nadie a horas tan tempranas, pero era muy raro que no atendiera a uno de los chicos, así que ahora le tocaba el turno a Jaime. Le expliqué que el paquete tenía que ser cortesía de Agustino, sólo y únicamente para Josefino. Le dije que si Salomón intentaba rechazarlo que le dijese que era una forma de agradecer lo que hizo. Asomé por mi bolsillo la segunda bolsa que tenía preparada para pagarle al chico y corrió ipsofacto hacia la puerta. Llamó con los nudillos y entró.


Pasaron unos 20 minutos, cuando Jaime volvió contando, palpando, mirando y oliendo un billete de cinco euros. Cuando llegó a mí, lo primero que hizo fue pedirme la bolsa. Me volví a repetir que estos chicos aprenden demasiado rápido. Hoy Jaime tendría doble recompensa.


-A mi también me ha abierto el hombre gordo. Pero me ha llamado mocoso.

-¿Le has dicho todo lo que te dije?

-Si señor. Le dije que era sorteria de Angustino, y también que era una forma de agradecerle lo que hizo.

-¿Te preguntó algo sobre el contenido?

-No, señor. Simplemente lo cogió, me dijo que esperase fuera, entró dentro. Sonaba música y había muchas muchachas en bolas bailando. Y cuando volvió me agarró de la camiseta, me arrastró a la puerta y me dijo que muchas gracias. Y luego me dió los cinco euros.


Cuando les dí la enhorabuena por el trabajo hecho, ya con las chucherías entregadas, saqué de otro bolsillo otra bolsa con unos cuantos petardos que tenía guardado en el altillo de mi casa. Quizás ni hicieran explosión, pero si era así, no lo comprenderían. Ahora mi duda era ¿Quién podría estar detrás de este intento de guerra entre mafias?


25/11/2008

martes, 17 de junio de 2008

Capitulo 3: Bombones

Habían pasado dos días desde aquel desagardable encuentro con aquel tipo de desagradable hedor. No sabía que incluso borracho podría hacer tanto daño a un enjendro. Pero también era verdad que el físico de el Sardinas, no parecía ninguna amenaza. Aquella delgadez me hacía recordar las palizas que me propinaban en el colegio, y los amargos insultos hacia mi persona. Sólo por el hecho de que una vez nos dió por medir el perímetro de nuestras cabezas y se hiciera mas acertado aquel alias que me ponían. “Bone el Cabeza”. Y aquel espantoso sonido agudo que emergía de las gargantas de los demás cuando me escuchaban llegar: “¡Que viene Bone el Cabeza!”. Aunque luego me sentía desahogado. Sobre todo cuando hacía sangrar sus narices. Supongo que desde mi infacia, mi mayor satisfacción, ha sido machacar y destrozar narices. Narices como la de el Sardina. Que ahora, pienso, que empezará a oler peor. Por lo menos durante la temporada en la que tenga vendada la nariz, y siga sintiendo la sangre cuajada en las fosas nasales. Durante ese tiempo, sufrirá. Al menos, no tengo mala conciencia. El daño que le hice borracho, intenté suavizarlo en aquel amago de llevarlo al hospital. El hecho de que pudiese pasar vergüenza por aquello, no creo que fuera como para que me amenazara. El caso es que me prometí no hacerle daño. A no ser que intentase vengarse.

Eran las siete de la tarde. Se empezaba a esconder el sol, y la humedad empezaba a hacerse visible por las farolas y por el horizonte escondido entre aquellos fríos edificios. En el salón de mi piso solo se podía escuchar la televisión. Últimamente solo ponen programas de esos donde varias personas, que salen de la nada, empiezan a contar cosas de sus vidas privadas. Son muy malos actores. Desde el momento en el que terminan esos miles de anuncios y abren la boca, se les ve mentir. Miradas, gestos, tonalidades...Repito: “Muy malos actores”.
En el momento en el que apagaba la televisión oí unos cuantos pasos que se alejaban de mi puerta. Me pareció raro, porque en las casas colindantes con mi piso no vivía nadie. Me levanté del sillón y apagué el interruptor de la lamparita que hacía que la habitación tuviese ese extraño color huevo oscuro. Me acerqué a la puerta. Pegué la oreja a la madera. Pero no conseguía oir nada. Miré por el visor. Pero no había nadie. Alargué la mano hasta el lateral de la puerta, y encendí la luz. Miré hacia abajo, y me topé con un papel doblado.
Agaché el cuerpo sin doblar la espalda. No quería que me diese otro tirón como el de hace diez años. Aunque a diferencia de hace diez años, esta vez no tenía que coger en peso ochenta kilos.

El papel era el típico folio blanco. Un formato A4. Se había doblado dos veces, y esparcido en toda el área del mismo, pude encontrar, pasando el dedo por encima, restos de polvo blanco. ¿Sería cocaina o algún tipo de droga?¿tiza?¿el mensajero se estaba comiendo una carmela1? Fuese lo que fuese, la persona que había escrito aquello, era bastante torpe. Si quería jugar conmigo, me lo estaba poniendo facil. Toqué el dedo con la punta de la lengua. Pude notar que no era coocaina, ni harina, por su sabor. Ya que me dejó un sabor como a montaje de cocina. Pensé que lo mas seguro es que fuese algún tipo de mineral o escombro.

Procedí a desdoblar el papel. La letra era bastante mala. Incluso para un mocoso. La ortografía no fallaba. Aquellos símbolos no podían corresponder a un niño. Primero, porque la simbología del alfabeto de los niños suele ser mas grande y poco original. Segundo, porque se notaba que estaba escrito con la zurda. Aunque bastante torcida y con poco pulso. Al descifrar aquel semi-jeroglífico pude leer lo siguiente:

Joe. Necesito de tus servicios. Por ahora no tienes que pegarle a nadie. Simplemente es que quiero que consigas algo para mi. La recompensa que te ofrecemos, creemos que es justa. Reúnete con mi enviado especial secreto a media noche, en el callejón de atras del Bar de la calle Azucena. Mi enviado llevará envuelto un objeto que NO podras abrir, bajo ningún concepto. Lo único que debes hacer es ir allí y recoger el paquete. Mañana te enviaré un sobre con quinientos euros. Y te daré otros quinientos, si haces la segunda parte. No hay mas ofertas.

Muchas vidas dependen de tu actuación.

Con pocos ánimos: Mr. Serio.”

Este Mr. Serio, tenía varios problemas. Lo mas seguro es que él mismo fuera su secuaz secreto, y todas las vidas que dependían de mi trabajo, fuera solo la suya. Pero si era capaz de pagar mil euros por hacer de cartero, era porque no tendría mucha experiencia en estos envios. Mis trabajos no suelen superar los cien euros. Pero si quisieran pagarme eso, no les iba a hacer el feo.

Era el segundo trabajo que podría salirme en 1 semana. Aunque el primero no me salió, ya que era el que Luis el Sardinas venía a pedirme. Seguramente, tampoco creo que llegase a los 200 euros. Pero este nuevo trabajo, tendría el valor de cinco clientes.

El único inconveniente que le veía a estas ofertas, era que no sabías que te ibas a encontrar por el camino. Pero era la única manera de sobrevivir a la sociedad. Siempre intentaba llevar el dinero del apartamento, a ese casero calvo que siempre anda tan malhumorado. También él tenía que sobrevivir allí. Todo este ciclo vital me daba asco.

Terminé de cenar un bocadillo de mortadela, que olía un poco a pasada, pero que tenía que comerme antes de que lo hiciese el moho. La nevera, estos últimos años, parecía estar casi siempre vacía. Bebí dos vasos de agua de grifo, que siempre salía con algo de cloro. Me tumbé en el parquet del piso e hice unos cuantos abdominales y algunas flexiones, para entrar en caliente, por si me daba el encontronazo con algún personaje. Siempre tenía que estar alerta, ya que ultimamente, a parte de comida, también carecía de amigos. Pero enemigos, nunca faltaban. Después de hacer esos ejercicios, me quité el batín, los calzoncillos y los calcetines, y me metí en la ducha. Siempre me reconfortaba. Y sobre todo cuando era fría. Al cabo de 20 minutos bajo la ducha, me vestí como cada vez que me salía un trabajo. Con mi chaqueta verde, y un pantalón vaquero. Cogí un billete de veinte, y me fuí al bar de la calle Azucena. La calle estaba muy sola. La ciudad aquella noche parecía tranquila. Tranquila o atemorizada.


En el bar pedí un torbellino de Nebraska. Era un mejunge con varias bebidas al azar. Fuertecillo para mi. Bastante fuerte para quien no estuviese acostumbrado a beber. Tras dos vasos mas, me di cuenta de que eran las once cincuenta y ocho. Así que salí pagué lo que le debía a Solieur, el camarero anciano del bar con acento francés, y salí del lugar. No tuve que recorrer mucho camino, ya que la parte trasera del bar, se encontraba justo al rodearlo. Era una pequeña calle sin salida. Y en el fondo de la misma, una sombra esperaba con algo en las manos. En una llevaba una especie de caja envuelta en papel blanco. En la otra, me pareció ver que llevaba una pequeña pistola, con el cañon del tamaño de un dedo. Cuando dí un paso para acercarme me hizo parar el sonido de un papel y la voz de la sombra que decía “Abre el sobre y lee”.

Enarqué una ceja y lo miré. Su voz era entrecortada y nasal. De vez en cuando se le escuchaba toser. Me agaché a coger la nota y me lanzó la caja que llevaba
en la mano, que fue justo a parar a mis gafas de sol, tirándolas al suelo. Si, no es normal utilizar gafas de sol por la noche, pero las luces de la ciudad molestan a mis ojos. El hecho de ver mis gafas en el suelo, rozarse con la mugre de la calle. Sobre todo de una calle donde la basura forma parte del lugar. Donde millones de microorganismos pueden posarse en mis gafas, pasando a mi cuerpo. Me ponía muy furioso. Y más aún cuando pude distinguir una pequeña mota arañada en uno de los cristales. Eso me hizo explotar, y gritar “¡MIS GAFAS!”. Me levanté y me empezó a dar igual la pipa que tuviese en las manos. Nadie reacciona tan rápido. Corrí hacia la figura de la oscuridad, y me uní a la oscuridad. Acorralé al tipo, le dí un puñetazo a la mano donde tenía la pistola. Estaba mas duro de lo que esperaba y no soltó la pistola. Ademas, se escuchó un crujido, por lo que me había cargado algo. Pero eso no me importaba. Ese tipo había arañado mis gafas. Puñetazo por aquí, puñetazo por allá. El tipo acabó inconsciente en el suelo. Le cogí la cartera. Le quité el poco dinero que tenía y me volví. Al final del callejón me agaché para coger la caja y el sobre. Y me volví al bar.

Cuando me senté en la barra, Solieur me preguntó si me había pasado algo, porque tenía sangre en la cara y en las manos. Le dije que no era mía, sino de un gato que se me abalanzó. No pareció darle importancia. Por aquellos lugares solían frecuentar mafiosos y traficantes. Así que no era la primera vez que Solieur se topaba con algun asunto de ese tipo.

Abrí el sobre, cogí la carta y empezé a leer.

Amigo Joe.

Si estas leyendo esto, es porque has decidido aceptar el trabajo. El paquete que mi secuaz, se supone, te ha dado en mano, hay bombones. Pero no se te ocurra probarlos. Tienen un componente especial para la persona a quien va dirigida. Se puede decir, que se va a cagar.
El paquete tienes que llevarlo a una casa en la
Avenida Leopoldo de Rubik, en el número 62. La casa tiene encima el símbolo de un Rey de Copas. Es un salón de juegos, clandestino, donde muchos mafiosos apuestan grandes sumas de dinero jugando al Donete Rayao2. Solo tienes que llamar a la puerta y decir que es un paquete especial para Josefino Caneloni, por cortesía de Agustino el Resfriado.
Como podrás comprobar, en el sobre estan los quinientos euros prometidos. Los otros quinientos, los obtendrás despues de llevar el paquete al lugar.

Con pocos ánimos: Mr. Serio.

Este Mr. Serio me estaba planteando serios problemas. Yo sabía que aquel lugar era un salón de juegos clandestino. Y sabía el montón de gangsters que pasaban por allí. Claramente, tendría que buscarme un mensajero para llevar el paquete al lugar, ya que aquel lugar parecía una asociación de enemigos de McJoe. Ahora que me acuerdo. ¿Habrá recobrado el conocimiento el tipo que me arañó las gafas?










1.Carmela: Pastelito con forma de bollicao, normalmente relleno de crema y que en la parte superior se suele echar harina.
2.Donete Rayao: Juego de Cartas semejante a la brisca/barisca pero con las cartas en la mesa boca-abajo.

martes, 10 de junio de 2008

Capitulo 2: Luis "El Sardinas"

Esta mañana he amanecido en el sofá de mi casa con un dolor de cabeza insoportable. Mi sentido del oido parecía tan desarrollado, que de repente podía oir, incluso el sonido del roce de los dedos de los pies con las sábanas, como si de pronto los tuviera pegados a la oreja. En el reloj marcaban las 14:34, pero no parecía ser mediodía. Las nubes habrían tapado el cielo, como si supiera que anoche pude gastarme casi la mitad de mi suelo en una paliza al hígado. Para cerciorarme de la nubosidad, me acerqué a la ventana, retiré las cortinas con la mano y tuve que retroceder ante tanta iluminación. Iluminación que tal vez no sería tan luminosa, si no hubiera estado dormido hasta tan tarde.
El día de hoy no parecía tener un sabor a soledad como era normal en mis días. Este día me había levantado con un olor en la mano, como si la hubiese metido en la basura de una pescadería. Me fui al cuarto de baño, pero estaba cerrado desde dentro. Quizá alguna señora de alguna esquina, se aprovechó de mí anoche, mientras estaba sumiso en aquel sumatorio de grados de alcohol. Llamé a la puerta con los nudillos, y con suavidad. Mis oidos aún estaban sensibles. “Eh! ¿Quién anda ahí? Esta no es tu casa. Sal. Quiero verte la cara.” No respondía. “¡En serio! ¿Crees que voy a hacerte daño? Tengo una resaca de cojones. Son las dos y media de la tarde, y no tengo ninguna gana de discutir. Pero tampoco tengo ganas de que se metan en mi casa, ¡ni de que caguen en mi water!” De repente parecía sentir pena por la persona que estuviera dentro. Menuda estafa. Estaba sintiéndome culpable por un ocupa en mi cuarto de baño. Quizás fuese la señorita de anoche. Ultimamente están llegando muchas mujeres de fuera, y parece que además de no tener papeles, no tienen ni donde cagar. Disculpen si mi lenguaje les parece desagradable. Pero estoy seguro que a mas de una persona no le gustan las visitas de este tipo. Al cabo de un rato sin contestarme, me entraron ganas de orinar. Como es normal cuando te despiertas. Tienes tanto líquido ahí, que parece que vas a desbordar el water. “Contaré hasta tres. Si llego al dos coma nueve periódico te aseguro que no me lo pensaré dos veces. Tiraré la puerta. Te amagaré como a un pelele y te sacaré de un puñado de mi casa”. Estas amenazas no las solía hacer en casa, ya que nadie solía visitarme. Pero ahora era necesario. “Uno...” ¿De veras voy a derribar la puerta de mi cuarto de baño? “Dos...” Espero que salga, por que no tengo ganas de costearme a un cerrajero “Y...Dos coma nueve periódico.” La puerta se abrió justo al terminar el periódico. No podía creer lo que veía ante mis ojos. Aquella imagen no me marcaría de por vida. Pero si que me llevaría horas y horas de debate psicológico. Sobre todo, despues del desagradable olor a pescado muerto que salía del cuarto de baño.



-Pero, ¿Quién demonios eres? - Le pregunté impaciente.- Y...¿quién te ha destrozado así el brazo y la cara?


Si no me fallan mis ojos, el tipo que se encontraba ante mí, parecía haber sufrido una paliza brutal. Como si un monstruo le hubiese desgarrado la parte izquierda de la cara, y el brazo se lo hubieran pasado por una plancha mecánica. El hombre, la verdad, era que no estaba como para responder preguntas. De repente, pude ver en su ojo derecho un inicio de tristeza o de llanto, que no tardó en llegar. El hombre me señaló, y comprendí que posiblemente hubiese sido yo mismo. De ahí el olor a pescado muerto de mi mano izquierda. Sin saber como reaccionar, me decidí por llevarlo al hospital. Lo agarré por el brazo, pero empezó a gritar como si le hubiesen arrancado el corazón y se lo hubieran enseñado mientras era consciente. Me dí cuenta, tarde, de que le estaba agarrando pro el brazo que le había descolocado y fragmentado. Pero el hombre no puso mas obstáculos. Demasiado sería ya, aguantar una paliza y que luego el mismo verdugo te llevara al médico.


Durante el camino al hospital, no pude soportar hacerle un interrogatorio. Le pregunté como había llegado hasta mi casa. Porqué le dí la paliza por la que no había cobrado nada. Y también volví a preguntarle su nombre. A pesar de tener dolorida y desfigurada la mandíbula, conseguí sacarle que había llegado hasta mi casa, porque iba en busca de un detective que le habían comunicado, era muy bueno, y que parecía llevar siempre la voz cantante con poco que dijese. También me dijo que anoche me encontró en un bareto borracho como una cuba, dando vueltas alrededor de una piscina, e intentando ligar con Tatiana. La camarera semejante a la criada de “lo que el viento se llevó”. No era propio de mí, fijarme en mujeres tan anchas. El nombre del tipo era Luis. Pero parece que aquí no solo corren los atletas de la televisión, sino también los motes. Supongo que el de Luis era debido a su alitosis y su olor corporal. Luis era “El Sardinas”.

Parece ser que solo le di la paliza por que Tatiana me estaba siguiendo el royo con lo de ligar. Lo que no me contó Tatiana, era que de vez en cuando se acostaba con El Sardinas porque le excitaba aquel olor a miembro masculino sin lavar. Al parecer, a esa señora con acento sudamericano le iban mas los canijos apestosos, que los fornidos caballeros. Menuda cerda.

La paliza propinada a este...tipejo, se la dí cuando le entró un brote de celos, al ver a su amante con un tío al que desconocía, y al que creía superar, solo porque iba pedo. Cuando me contó esto, el tono de su voz empezó a variar e intentó abalanzarse sobre mí con los puños cerrados. En el coche una paliza es dificil. Mucho mas cuando se lleva el cinturón puesto y se es diestro. Lo que pudo dejarme agarrarle la mano izquierda por los dedos corazón y anular y retorcerle la mano un poco. El Sardinas cedió al instante y empezó a quejarse. Se quitó el cinturón. Abrió la puerta, y saltó al exterior con el coche en marcha. Su cuerpo rodó por la carretera hasta chocar con el costado en el bordillo de la acera. Justo entonces empezó a retorcerse como si fuera un pescado que acabas de sacar del agua. Frené en el semáforo en rojo, y pude escuchar de fondo un “¡Hijo puta!¡Algún día te arrepentiras de todo!¡Y ese día estarás esperando en la puerta de San Pedro!”. Al parecer, el Sardinas es religioso y todo. No pude evitar reirme al escuchar eso. El Sardinas me había hecho una amenaza poco...amenazadora. Tanto, que se me cayó el cigarro entre las piernas, y el hijo de su madre quemó el pantalón haciendo que una llama me prendiera cerca de los huevos. Entre la quemadura y los suaves golpes que me propiné para apagar la pequeña llama, no tuve mas remedio que ir al hospital, a ver si podían ponermelos un poco fresquitos.


Este día aprendí dos cosas. La primera, que si te emborrachas, hazlo en algún sitio donde la camarera tenga diferente forma al barril de la cerveza. La segunda, que me había ganado un enemigo. Luis el Sardinas.

Aunque me surgía una pregunta: ¿Me estaba buscando Luis el Sardinas, para un negocio?Quizás algún día pueda resolver todos los misterios que pasaban por mi cabeza.

sábado, 7 de junio de 2008

CAPITULO 1: Mi nombre es Joe McJoe

Hola a todos. Mi nombre es Bonifacio, aunque todos en esta ciudad me conocen como “Joe McJoe”. La gente dice que es por mi forma de hablar y de actuar en las situaciones cotidianas, y eso porque todos piensan que lo que ponen en las películas americanas sólo pueden pasar ahí. ¿Que cuál es mi oficio? Muchos piensan que tengo una pizzería. Otros creen que es sólo un rincon que dedíco a una parte femenina de mí, que se desahoga con la gastronomía. Pero lo que todos no saben, es que ese cuchitril es de mi vecino. Y eso porque me gusta la ropa italiana. Si piensas que ser camarero es algo donde has de tener contacto con el público, es porque no conoces mi oficio. En mi oficio el contacto no es dar los buenos días ni preguntar que se desea. En mi oficio el menú del día lo pido yo mismo y solo tienes cuatro opciones “Sueltas lo que tienes que soltar; Cirugía estética sin anestesia; o que una pipa haga el trabajo sucio, productivo y rápido”. Y cuando digo “una pipa” no estoy hablando de gastronomía ¿comprendes? Si hay algo que no falta en esta ciudad es trabajo para mí. Siempre hay alguien que está en deudado, o alguien que no se está portando debidamente. Y para eso estoy yo: Joe McJoe, detective/matón a domicilio.








En este curro también hay que tener cuidado. Tanto con la persona que te contrata, como con el cotratado. Y por supuesto con la pasma. Jajajaja. Esos cazurros que siempre llegan tarde. ¿Sabeis que hago? Me rio en sus caras. A veces pienso que tienen miedo de las mafias de la ciudad. Otras veces, que sólo son torpes. Pero de lo que estoy seguro es de que en esta ciudad no hay mas mafia que en la misma policía. Esos corruptos... Primero quieren coger a los ladrones. Pero luego son ellos los que roban. Y no roban en las casas, sino también a los mismos ciudadanos a quienes dicen proteger. Empiezan por “los chinos” y acaban por las joyerías.

Sin embargo, los yonkis siguen pasando mierda. La policía se pasea por las calles de los barrios marginales, donde las casas no hace falta pintar de blanco, ya que lo blanco se ve por las narices. Y los yonkis juegan ante sus ojos, a ver quien se mete la raya mas larga y mas gorda. Maldita mierda blanca. Espero chicos, que no tengais problemas de ese tipo. La drogodependencia es una enfermedad. Y tiene cura. Solo hay que espabilar y tener un poco de fuerza de voluntad. Y por supuesto, decidirse por un gran oficio. Pero tampoco hace falta que os metais en el mio. Esto es algo que no debeis hacer en casa, y Joe McJoe, solo hay uno en el mundo. No hacen falta mas. Además, McGuiver no era más que un personaje de ficción.

Así que ya sabeis. Si teneis algún problema, y quereis ser efectivos a la hora de resolverlo, podeis llamarme a mí. Joe McJoe: Detective y Matón a domicilio.

BSO


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