martes, 25 de noviembre de 2008

Capitulo 4: Caramelos y petardos

Aún no había amanecido, cuando me desperté sudoroso, en el sofá del salón de mi piso. Las polillas de la calle aún jugueteaban bajo las luces de las farolas. No dormía tan pocas horas desde hacía muchos años. La pesadilla en la que Tatiana se me echaba encima y me aplastaba como una carcamonía, no era la primera vez que me despertaba. Siempre, justo en el momento en el que acercaba su cabeza a la mía, mostrándome sus morritos para besarme.

No eran ni las seis y media. Aprovecharía el madrugón para preparar la entrega. Jugar con mafias es un trabajo bastante duro, y más cuando se es neutro, y ambas mafias te tienen manía. Cuestión de chafar algunos planes. Hacía tiempo que no me contrataban para investigar, parece que ultimamente, a la gente vengativa le gustaba más hacer sufrir, que acabar con un sufrimiento. Más de una vez me habían pedido acabar con el sufrimiento de alguien, sólo por venganza, y las mafias me tenían manía, por que nunca acababa esos trabajos y me revelaba a ellos. No quiero ser un asesino. Eso es cosa de animales. Hay veces que hay que utilizar la cabeza, antes que los puños. Quizás el resto del mundo haga lo contrario, utilizar los puños en casos extremos, y la cabeza para lo demás. Otras veces, la cabeza se cambia por los puños, solo que el dolor es mas largo, y el chichón es inevitable.


Para llevar hasta Caneloni aquel paquete, utilizé a otro intermediario. No quería volver a encontrarme con aquél desagradable hombre que tapaba su calva con aquella rata de peluquería, que siempre andaba doblada y que parecía girar cada vez que aquel ser abría la boca para hablar. Para hablar con esa voz que tenía tan peculiar. Como la de los teléfonos de la persona que habla en las series de humor. Aguda y chirriante.


Cuando terminé de vestirme, a eso de las siete menos cuarto, después de una ducha, fui a buscar a la calle a uno de los niños pobres del barrio. Esos chicos que siempre andan corriendo entre las calles bulliciosas, robando carteras. Los conocía, y ellos me conocían. De vez en cuando, Tamara les dejaba beber chupitos de chinchón, a cambio de que bailasen para ella. Menuda cerda inmunda. Esos chicos si que sabían vivir bien. Sin preocupaciones. Sin nadie que les pusiera oposición. Lo único que tenían que hacer era ir al orfanato a pedir alojamiento y comida. Y todo eso se lo daban gratis. Sabían más de lo que ocupaban sus canijos cuerpos. Tamara tenía sus dos preferidos: Jaime, el hijo de la prostituta con mas pelo que jamás he visto en mi vida. Y no lo digo por sus partes íntimas, sino por su bello facial. No me gustaría saber lo que tendría debajo de las faldas manchadas de flujo varonil. Jaime tenía tan solo dos días cuando Anacleta, la jirafa, lo dejó en la puerta del orfanato. El chico tenía ya sus 8 años recien cumplidos. Era hora de que empezase a ir a la catequesis y al menos aprendería a leer algo, o a conocer un poco de historia. Con esa edad ya parecía hacer referencia al mote de su madre y a las características de la misma, ya que el chico empezaba a tener una nubecilla en el mostacho y medía mas o menos un metro sesenta. El joven no sabía quien era su madre, pero el resto del mundo sí. Tampoco él lo quería saber, no sabía lo que era el cariño de una madre. Era como un gato que alejas de su madre nada mas nacer. Se vuelve serio y arisco.


El otro chico que Tamara tenía refugiado era el pequeño Rodrigo. Los chicos del orfanato que sabían leer, le llamaban el CID. Solo por su nombre. Pero la gente de la calle le llamaban Chodrigo. Decían que era una mezcla entre Rodrigo y Chorizo. ¿Que a qué viene lo de Chorizo? Viene a que el jovenzuelo tenía los dedos de las manos como los de un gorila adulto. Gruesos, ásperos y olorosos. Este niño si que no tenía un lugar de procedencia exacto. Simplemente apareció de la nada frente a la puerta de Mirtel, la viuda. Mirtel era una anciana que daba cobijo a cualquier animal que encontraba por la calle. El hecho de encontrar a un crío no cambiaba el sentimiento de la misma, cuando digo “cualquier animal de la calle”.


Cuando llegué al bar de la calle Azucena a por los chiquillos, Solieur estaba abriendo la cancela de rejas. Me saludó mientras abría una de las puertas y le ayudé a abrir el resto. Nuestra conversación no era muy amena, pero este hombre me recordaba a cuando mi abuelo aún vivía. No sé si por sus grandes orejas o por la forma de saludarme. Al entrar, los dos chicos estaban dormidos en dos de los sofás que tenía el bar, y poco a poco fueron estirándose y desde por la mañana ya querían ser recompensados por hacer el pequeño trabajo de ayudar a limpiar el bar.


-¿Ya os ha dejado la tia Tamara dormir aquí?-dijo Solieur a los chicos.

-Ey, Ey!! ¡¡Que no los lo merecemos!!El bar está impeclable, jefe.

-Nos pasamos la noche limpiandoo toda la basura que tenías. No estaría de más un vaso de wishky o un cigarrito.


¿Dónde aprenderían esas cosas estos chicos? Cada día me sorprendían más. Al verme entrar por la puerta del bar, Jaime le dió con el codo a Chodrigo como comunicándose entre ellos diciendose “Mira quién está ahí...”. Los mocosos no parecían temer nada, ni a nadie. Pero si levantabas la mano amagando dar un cate, se cubrían como un perro agachando su cabeza. Jajaja, me daba alegría verlos. No los veía como hijos, pero si que me recordaban a mis sobrinos. Cuando me saludaron con un “¡Hombre, grandullón!¿Cómo tu por aquí?”. Jajaja Estos crios... Les dije que venía a buscarlos para un trabajillo. Se volvieron a dar un codazo.


-Bueno. Sabes que no hacemos las cosas gratis.

-Lo sé Jaimito. Lo sé. Por eso he pensado en una buena recompensa para vosotros.

-Interesante.-Rodrigo tenía pintillas de intelectual con sus gafas grandes y con los dedos pulgar e índice frotando su barbilla. Parecía que pensaba y todo.-¿Qué tipo de recompensa?

-Pues está en juego alcohol, mafias y si, chicos, si. Puros. ¿Sabreis que los puros no son cualquier tabaco, verdad?

-Emmm...Si, si. Por supuesto.

-¿Nos estas diciendo que nos vas a pagar con puros?

-Joe. No les des de fumar a los niños.-Solieur recomendaba desde detrás de la barra.

-Jajajaj, tranquilo Solieur, estos chicos dejarán de tener dientes cuando yo les de algo para quemar.-Me agaché doblando un poco las rodillas y me quité las gafas. Desde ahí podía casi oler el fétido olor de sus estómagos recien despiertos.-La recompensa de la que os hablo os va a hacer dejar de odiar al dentista.

-¿eh?-Respondieron los dos a la vez.

-Chicos, mi recompensa estará empaquetada y tendrá azucar. Mucho azucar. Más de lo que podais imaginar. Caramelos, piruletas, chupa-chups, kit-kat...y...quien sabe...Quizá también incluya algunos petardos, si haceis un buen trabajo.


Las caras de los muchachos se estiraron por la mitad de sus caras. Sus sonrisas de oreja a oreja me hicieron confiar en que harían un buen trabajo con tal de saciar sus papilas gustativas y algo de pólvora para oler. Aceptaron la misión, como era de esperar. Los chicos cogerían el paquete y lo llevarían a la casa de Josefino Caneloni.


Salí del bar a eso de las ocho de la mañana y fuí a comprar algo para calentar el estómago de los chicos. Haría lo mismo que hizo Agustino conmigo. Primero compraría algunas chucherías baratas, para luego enseñarles las chucherías caras y hacer que hasta que no me trajesen el sobre, no les daría el resto de la mercancía. Para ellos sería un golpe fuerte, y se sentirían atraidos por la segunda parte de esa mercancía tan valiosa para ellos. Pero no existía la satisfacción a corto plazo. Lo querían TODO al instante. Empezé por darles caramelos “boom”. Esos que son tan ácidos. Sabía que les gustaba. Igual que a todos los chicos de su edad. Un caramelo era un caramelo, y nada podría cambiar eso en la vida. Mientras saboreaban el caramelo les expliqué lo que tenían que hacer: Avenida Leopoldo de Rubik, La casa del Rey de Copas. Los chicos conocían bien el lugar, ya que de vez en cuando iban a pedir limosnas a Josefino. Les expliqué que tenían que entregar el paquete que haría cagarse en los pantalones a Josefino, y no precisamente de miedo.


Mandé a Chodrigo a explorar el lugar. Ya que era muy extraño que alguien quisiera separar a dos mafias recíprocas como eran la de Josefino y Agustino. El chico entró en el local. Y al cabo de 5 minutos volvió con sus noticias.


-Frescas, frescas. Josefino no ha pasado la noche en el local.

-¿Quién te ha dado esa información?-Alguien había hablado con el chico.

-No lo sé. No conozco a ese tipo.

-Describemelo.

-Pues...Su barriga es muy, muy, muy gorda. Y tenía que estar haciendo ejercicio, porque sudaba mucho.- ¿Podría ser Salomón el bolingas?

-Dime Chodrigo,¿tenía una berruga muy fea y solo movía un ojo?

-¡Si! Los tenía de distinto color, y tiene pelos en la berruga. Se estaba comiendo una alita de pollo. Mmmmm, me da hambre solo de pensarlo. Pero se me quita al acordarme del gordo.

-Jajaja. Muy bien hecho Chodrigo. Aquí tienes tu parte del trato.


Saqué una de las bolsas de chucherías. Ahora me preguntaba que hacía Salomón el bolingas en el local de Josefino, y por supuesto, sabía que Josefino no querría que entrase nadie a horas tan tempranas, pero era muy raro que no atendiera a uno de los chicos, así que ahora le tocaba el turno a Jaime. Le expliqué que el paquete tenía que ser cortesía de Agustino, sólo y únicamente para Josefino. Le dije que si Salomón intentaba rechazarlo que le dijese que era una forma de agradecer lo que hizo. Asomé por mi bolsillo la segunda bolsa que tenía preparada para pagarle al chico y corrió ipsofacto hacia la puerta. Llamó con los nudillos y entró.


Pasaron unos 20 minutos, cuando Jaime volvió contando, palpando, mirando y oliendo un billete de cinco euros. Cuando llegó a mí, lo primero que hizo fue pedirme la bolsa. Me volví a repetir que estos chicos aprenden demasiado rápido. Hoy Jaime tendría doble recompensa.


-A mi también me ha abierto el hombre gordo. Pero me ha llamado mocoso.

-¿Le has dicho todo lo que te dije?

-Si señor. Le dije que era sorteria de Angustino, y también que era una forma de agradecerle lo que hizo.

-¿Te preguntó algo sobre el contenido?

-No, señor. Simplemente lo cogió, me dijo que esperase fuera, entró dentro. Sonaba música y había muchas muchachas en bolas bailando. Y cuando volvió me agarró de la camiseta, me arrastró a la puerta y me dijo que muchas gracias. Y luego me dió los cinco euros.


Cuando les dí la enhorabuena por el trabajo hecho, ya con las chucherías entregadas, saqué de otro bolsillo otra bolsa con unos cuantos petardos que tenía guardado en el altillo de mi casa. Quizás ni hicieran explosión, pero si era así, no lo comprenderían. Ahora mi duda era ¿Quién podría estar detrás de este intento de guerra entre mafias?


25/11/2008

BSO


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